22 de octubre
Querido diario, dos puntos.Nos hemos despertado en medio de un glaciar. Una vez que nos hemos quitado la escarcha hemos entrado como fieras en la sala de desayunar para devorar los croissants, las tartaletas y magdalenas gratis. Pero ojito, prohibido sacar la comida de ahí ¿eh?
Tras el desayuno nos dirigimos hacia la estación para coger el tren hacia Pisa, pero como se nos hacia tarde nos ha tocado correr mucho y sólo diré que respirar aire helado duele. Pero bueno, merece la pena y conseguimos comprar los billetes y subir al tren a tiempo.
Pero algo pasaba. El tren estaba desierto, pero íbamos tan reventadas y acaloradas que lo ignoramos y empezamos a quitarnos trastos y ropa de encima. De pronto, nos damos cuenta de que no hemos convalidado los billetes ¡mierda! Así que recogemos el chiringuito y nos asomamos a una puerta por si hubiera suerte y justo enfrente hubiera una maquina convalidadora, pero no es así, porque Florencia nos odia, ya tu sa, y bajar del tren es demasiado arriesgado porque en cualquier momento arrancará. Así que decidimos ir corriendo a través del tren que, efectivamente, está vacío. Atravesamos el vagón, las puertas, pero de pronto llegamos a una puerta cerrada:
-¡NOOO! ¡Vamos a tener que salir del tren! ¡Es demasiado arriesgado!
Así que salimos y entramos cagando leches, unas 2 o 3 veces.
Desde el primer vagón ya se ve la máquina y nat, como la heroína de esta historia, sale corriendo para convalidar el billete.
-¡Corre Nat, corre!
Y menos mal, consigue llegar antes de que las puertas se cierren, fiuuu.
Por fin podemos sentarnos tranquilas, pero seguimos teniendo esa incógnita: ¿Por qué está esto tan vacio? ¿Nadie va a Pisa? ¿Por qué no arranca ya? ¿Es este nuestro tren?
Así que bajamos a mirar y, efectivamente, ese no era el tren hacia Pisa. Gracias Florencia por tu odio, nos estas animando el viaje.
Una vez subidas en el tren correcto emprendemos el viaje hacia Pisa, sentadas al lado de una señora que se comió un pastel y no nos ofreció.
Torre inclinada de Pisa |
Paseando, nos encontramos un restaurante en miniatura llamado “Mamma Rosa”, pero que nosotras llamábamos cariñosamente “Ama Rosa”, y Nat directamente “Ay omá”, y nos embrujó.
De pronto, ante nuestros ojos, la Torre Inclinada, que para nuestro gusto estaba demasiado recta. Por cierto, dentro de la Torre hay baño.
Tras darle la vuelta al Duomo hemos visto a un señor en la puerta del cementerio, y un señor en una puerta sólo puede significar una cosa: hay que pagar.
Después nos hemos hechos millones de fotos sujetando la Torre en una alarde de originalidad, ante la escandalizada mirada de los testigos.
Catedral y Torre |
Para el postre decidimos ir en busca de un helado de 1 o 2 euros y aunque parezca increíble ¡lo hemos encontrado! Gracias Pisa y gracias Botegga dil Gelatto por devolvernos la ilusión. Mientras nos lo comíamos, Ju ha estado ligando con una paloma de muy buen ver y amplia cola en forma de abanico.
Después hemos ido a la Fotalezza a fliparlo con el puente y con los bancos de colores, lo malo es que el cogollo no lo hemos visto.
Arrivederci Pisa, ti amamos!
Vuelta a Florencia, siempre alerta. En el tren íbamos con el joven italiano mega fashion con vozarrón.
La Sinagoga verdadera era más bonita que la falsa. La Plaza Donatello era absurda, innecesaria e inexistente. No hemos encontrado sitio para aperitivear ¿por qué? Porque Florencia nos odia, ¿cuántas veces tengo que decírtelo querido diario?
Millones de horas buscando una sitio para cenar, millones de kilómetros andados, pero así hemos conseguido encontrar el sitio del amable caballero en cuyo restaurante del tamaño de una armario no había cocina, pero que sin embargo nos sirvió unas deliciosas focaccias. Gracias señor que montó un restaurante en Marbella y luego se lo vendió a un alemán.
Hemos vuelto a la casita para volver a entrar como fieras en la sala de desayunos a comernos un kínder bueno White, pero me gusta más el normal, gracias.
La habitación ya no parece un glaciar, pero a Julia le sigue recordando a Helsinki.
Ciao!
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